Nací en la Ciudad de México y por ello he vivido acostumbrada a tener temblores en mi vida.
Recuerdo que en 1985, cuando ocurrió el gran terremoto estábamos sobre la cama de mis papás mientras me vestían y el abuelo, aunque seguro estaba nervioso no nos preocupó y nos dijo que no iríamos a la escuela… Nunca dimensioné sino hasta años después lo que eso había sido.
Hoy, 32 años más tarde, el mismo día, 19 de septiembre, volvió a temblar de manera terrible en la Ciudad de México.
Hoy no estábamos ahí, estábamos acá en Miami. Y fue todo rápido y fuerte…
Primero fui a dejar a los abuelos al aeropuerto, y justo cuando estaba caminando hacia la escuela para recogerlos vi que Marisol estaba escribiendo mensajes al chat de que si estaban todos bien, le pregunté si había temblado porque siempre le dan miedo los temblores y la había leído nerviosa, me dijo que sí. De pronto los mensajes empezaron a subir de tono, decía que iba corriendo y que los coches estaban parados y que seguro se habían caído cosas… Acto seguido me metí al periódico online y eso era terrible… Edificios, muchos caídos, gente que no aparecía, mis papás reruteados a otro aeropuerto, producción de sándwiches en casa de Marisol, gente conocida sin casa, etc…
Vivirlo de lejos fue raro.
Queríamos ayudar pero ni siquiera nos estábamos dando cuenta de qué estaba sucediendo en realidad…
Pero me quedé con un pensamiento… Somos tan minúsculamente pequeños y no nos damos cuenta de que nada vale… más que nuestra vida!
Hoy los niños saben que es un terremoto, saben que es un simulacro, y saben, sobre todo, que hay que correr por sus vidas.