La historia familiar con la natación es una… mi mamá aprendió a nadar después que yo, a mi por ello me mandaban a unas clases terroríficas con una maestra mala y terrorífica… no me gustaba nadar y no entendía el placer en los clavados y bucear… años después mi cardiólogo me los explicó…
A Pedro de chico le encantaba nadar hasta que un día le empezó a tener miedo y lloraba en el agua… Íbamos a una natación linda y a pesar de eso le tenía miedo a meter la cabeza debajo del agua.
Cambie de Natación al club y amaban a los profesores y ellos los consentían pero los avances eran pocos, estábamos en una etapa de todavía tenerle que ganar confianza y sentirse felices en el agua pero hundirse como boyas si no había un adulto junto. Lo cual me aterraba.
Hace 2 años nos venimos el verano completo a Miami, antes de venirnos a vivir y estuvimos metidos en una alberca el verano completo… lo amamos! Y ahí dieron un brinco impresionante los dos… empezaron a confiar estar en el agua.
Tomás quizá demasiado pues desde chico era Juan Sin Miedo en el agua.
Pero el suceso de la boya seguí apareciendo de vez en cuando, más cuando no pisaban o cuando estaban cansados.
Llegamos a Miami y entre los huracanes, la alberca en contrucción y el aire frío de la alberca nos empujaron las clases de natación hasta mayo.
La mejor clase de natación.
En menos de 30 minutos el miedo de la boya desapareció.
Les enseñaron a flotar de muertitos para descansar, recuperar aire y salvarse en menos de 30 minutos.
Hoy por hoy ya nadan de crol, de dorso y hacen varios trucos.
Nadan incluso mejor que yo!